Las separaciones y divorcios, duelen.
Duele a los miembros de la pareja, y duele mucho más a los frutos de la relación: hijas e hijos de ambos.
A veces, la separación es consensuada, necesaria y saludable: finalizó el sentido y la función de la convivencia, porque el amor que la presidió, ya no está presente. Y este cambio profundo, una vez superado el duelo inevitable, puede representar la apertura a una vida nueva para toda la familia.
El duelo, inevitable por la pérdida de una situación conocida y establecida, no necesariamente conlleva una vivencia traumática, siempre que el diálogo que precede a la separación, sitúe en el centro de atención prioritario, a los hijos e hijas a través del cuidado coherente de su bienestar integral.
Sin embargo, no siempre es así. En demasiadas ocasiones asistimos en consulta, al resultado dramático de parejas rotas, destrozadas y cargadas de odio/resentimiento. Parejas, que en su dolor, olvidaron que fruto de su unión, queda una prole con las necesidades intactas de atención, cuidado y protección; necesidades que se ven incrementadas por la vulnerabilidad de la nueva situación y la inadecuada gestión de una separación conflictiva.
Es excesivamente frecuente, que las parejas se confronten en un campo de batalla, con todo tipo de armas verbales, emocionales y judiciales, sin reparar que sus criaturas se encuentran en medio de tiroteo cruzado.
Y cuándo esto ocurre, además del duelo por la pérdida del status de vida anterior, son muchas las veces que se repiten en la atención psicológica, frases como las que siguen, cargadas de angustia, miedo y culpa, por la parte más vulnerable del conflicto: la infancia y adolescencia.
- “Tengo miedo a decirle a mi madre, que quiero ver a mi padre. Se enfada mucho”. Me comentaba una chica de 13 años en consulta.
- “No quiero ir a casa de mi padre, porque nunca me ha entendido ni tengo confianza. Además, me controla las salidas y estoy aislada de mis amigas” Refería otra chica de 15 años
- “Prefiero vivir con mi padre, pero mi madre me lo reprocha y no quiero dañarla” Comentaba otro chico de 13 años.
- “Si mis padres me preguntan algo, me callo. No quiero más líos ni broncas entre ellos, lo paso muy mal. Siempre hablan mal uno del otro”.
- “Quiero vivir con mi madre, pero no aguanto a su novio. No es mi padre.” Comentario de un niño de 10 años.
Estos, son algunos de las decenas de testimonios recogidos en consulta, en la franja de edad adolescente, cuando se presta la adecuada escucha a su vivencia emocional. Casos, en los que no se ha cuidado las repercusiones de la ruptura conflictiva de la pareja.
Pero, ¿qué ocurre en los casos de menores de 12 años, cuando la conflictividad es elevada o soterrada en la separación y la disputa por la custodia o el dictamen legal de custodia compartida, se ejerce sin valorar la vivencia infantil?
En estos casos, es esencial evaluar el tipo de vínculo formado con cada progenitor. No se debe establecer una custodia compartida salomónica, como si de una tarta de cumpleaños se tratara (mitad para ti, mitad para mí), respetando tan sólo los derechos de los progenitores. En estos casos, se está ignorando el derecho fundamental a la seguridad del menor. Y este derecho no es arbitrario. Está basado tanto en el vínculo establecido previamente con ambos progenitores, como en su proceso madurativo concreto. Un vínculo seguro, es un factor de protección. La ruptura de un vínculo, es un factor de riesgo para la salud mental del/la menor.
Este vínculo se debe preservar por encima de cualquier LEY JUDICIAL.
El derecho judicial, NO DEBE PREVALECER SOBRE LA LEY DEL BIENESTAR EMOCIONAL, en la primera infancia. Por ello, es urgente que tanto el sistema judicial, como todos los agentes que intervienen en caso de separaciones conflictivas, accedan a una FORMACION adecuada sobre el desarrollo Psicoafectivo infantil, para no interferir en su derecho a crecer sanos y felices.
Se preservan los derechos de los padres, supuestamente para favorecer el derecho de hijos/hijas, a disfrutar de ambos progenitores. Perfecto. ¿Pero cuál es el criterio?
Veamos algunas de las manifestaciones parentales, en relación al cambio de domicilio en custodia compartida:
– “Cuando viene de casa de… (padre o madre, según el vínculo establecido), descarga toda la rabia contenida contra mí, y es horrible porque no sé cómo actuar ni cómo ayudarle” (7 años)
- “Se niega a ir a casa de…. (su padre o madre), porque quién le atiende es su abuela y le riñe mucho” (4 años).
- “No entiende por qué tiene que dormir en casa de su padre. Antes, nunca durmió con él y llora mucho.” (3 años).
- “Es duro ver cómo se aferra a mi cuello, cuando le toca con…” (2 años).
- “Mi bebé de 20 meses, toma lactancia materna. Es absurdo que se interprete como una excusa el derecho del bebé a mamar, (como forma de evitar la pernocta con su padre), cuando la O.M.S recomienda al menos dos años de lactancia materna. Las noches, se las pasa llorando…siento mucha impotencia”.
A esta edad (bebés y criaturas hasta los 5-6 años), no pueden recurrir a los razonamientos para comprender la disfunción familiar creada. Tan sólo se refugian en el llanto, la rabieta y la desesperación, cuando les “toca” ir con el progenitor que no responde a la seguridad de apego por numerosas razones que no podemos detallar aquí, pero que desestabilizan absolutamente, su equilibrio emocional.
En definitiva, asistimos en la actualidad, a mucha ignorancia ante las repercusiones de la custodia compartida, si no se dan las condiciones adecuadas, por lo anteriormente expuesto.
¿Qué tipo de ignorancia? La que responde al desconocimiento de los procesos emocionales infantiles, al respeto del vínculo seguro y a la promoción de la salud mental infantil. Y sabemos que la ignorancia, no nos exime de la responsabilidad como adultos, en ningún caso.
- Ignorancia en los Juzgados.
- Ignorancia en los abogados.
- Ignorancia en las madres/padres
- Ignorancia de los políticos
- Ignorancia en la Sociedad.
La infancia y la adolescencia, merecen ser escuchadas. Siempre. En esta problemática y en todas las que representen sufrimiento.
Merecen tener acceso libre a ambos progenitores, estén juntos o separados.
Merecen ser respetados en su derecho a crecer con afecto y seguridad emocional.
Por tanto, se trata de buscar fórmulas que no dañen su integridad emocional.
Se trata de respetar sus procesos madurativos y esperar si es necesario, a que estén maduros para una custodia compartida, sin desgarros. Y con aceptación y capacidad de comprensión.
Co-parentalidad con apego y responsable, sí. Paternidad y maternidad, consciente, sí. Utilización de hijos/hijas en separaciones conflictivas, jamás.
En síntesis, algunos criterios saludables:
- Preservar el vínculo, que le ofrezca mayor seguridad y estabilidad emocional, en función de su proceso madurativo.
- Escuchar los razonamientos y opciones en adolescentes, y escuchar las expresiones emocionales en criaturas, como son el llanto, la rabia y la desesperación, indicadores emocionales legítimos en etapas infantiles
- Evolutivamente: a) Desde el primer año hasta los cuatro años: respetar el apego seguro, evitando pernoctas fuera del hogar primario de referencia y tiempos prolongados. Siempre, en presencia de un vínculo adecuado.b) Desde los 4 años (referencia aproximada) hasta los seis años, visitas consensuadas y pernoctas en función de la tolerancia a la separación.c) Desde los 6/7 años, posibilidad de custodia compartida, sin pérdida de referencia escolar ni círculo de amistades y familia, siempre que el vínculo con ambos progenitores, esté presente.d) Desde los 12 a 16 años, valorar y respetar, la libre elección del/la adolescente del custodio adecuado según el vínculo creado y/o o continuar con la custodia compartida, si así lo prefiere.
Para finalizar:
Los derechos de la infancia y la adolescencia, son incuestionables e intransferibles. Los derechos de los adultos, deben ser flexibles y transferibles, siempre que sea en beneficio exclusivo del bienestar de los/ las hijos/as y su salud mental.
Recordemos:
Los adultos, tenemos numerosas y diversas expectativas en relación a los hijos-as.
Los hijos/hijas, tan sólo tienen UNA con respecto al mundo adulto:
Ser queridos y respetados, independientemente de tener padres unidos o separados.
Yolanda González Vara
Psicóloga clínica.
Formadora en “Promoción de la salud y Prevención infanto-juvenil”
Escritora.
Presidenta de A.P.P.S.I.