Cada, año, en cada grupo de madres/padres, se plantea el tema de Navidades, los regalos, los Reyes sí o no, el consumismo, etc. Estas fechas, son paradójicas. Por un lado, son celebraciones impuestas, en el caso de familias no católicas y por otro lado más allá de la religión, estas fiestas generan la creencia habitualmente errónea, de que una celebración en familia, conlleva «paz, armonía y amor» como lo dicta la televisión.
La realidad es que, con mucha frecuencia, se producen confrontaciones y mucha frustración de la expectativa en la supuesta y obligada felicidad, vendida por una sociedad plagada de intereses comerciales.
Hay familias, pocas, que deciden no entrar en el juego consumista, de forma radical. Otras, intentan cierta mesura en el gasto familiar.
Pero, la mayor dificultad, estriba en la actitud de la familia extensa, ante estos eventos festivos. Especialmente, abuelos/abuelas, tienden a realizar más gastos en regalos de lo que su economía les permite. Pura tradición, para ellos. «Demostración de amor» basada en la creencia de que, a través del ejercicio de regalar, verán «felices» a sus nietos. Nueva frustración: esa deseada Felicidad, es vivida como fugaz, efímera e irrelevante en la infancia, que siente intensamente la seducción de la novedad y la olvida con igual intensidad.
La Navidad es otra presión cultural.
Nos intenta modelar según criterios externos: días de familia «feliz» por decreto social. Y en este entramado social se teje la trampa casi inevitable de los regalos, de la que todos en mayor o menor medida, somos cómplices.
Es difícil que generacionalmente, los abuelos comprendan las sugerencias de algunas/os hijos/as de evitar sobrecargar y saturar a las criaturas con tantos fuegos artificiales. Es difícil que comprendan que tener mucho, no es ser más feliz. Y mucho más difícil, que acepten que la creatividad infantil se ahoga con tanta tecnología frenética y vacía.
Dan lo que no tuvieron. Pero olvidan que lo poco que tuvieron, les despertó el ingenio del juego libre. Ese juego libre que hoy ha perdido la infancia. Esa libertad de jugar y de explorar sin demasiadas normas. Hoy el llamado juego, está invadido por manuales tecnológicos y mecánicos sin alma, ni corazón. Está teñido de aislamiento. De individualidad y virtualidad. De vacío que debe ser compensado con más tecnología…
Sin embargo, hay abuelos y abuelas, no muchos, que por intuición o resistencia intentan jugar, contar historias a sus nietos y recuperar la magia del contacto, de la piel, de la mirada y la sonrisa, más allá de la imposición tecnológica y el consumismo de las fiestas navideñas.
En definitiva, eso es lo que importa.
La Tablet no dejará nunca el recuerdo de la calidez de una abuela o un abuelo que abraza, juega o canta a sus nietos. Ese es el mayor regalo. Y no olvidemos que ese regalo, jamás pasará de moda.
Porque somos humanos y el Amor y solo el Amor, nos humaniza e interconecta frente a este ritmo frenético y enfermizo de nuestra actual sociedad perdida.
Yolanda González.